HISTORIA DEL ARTE
Aztecas - La Monumentalidad Trágica
El origen de este pueblo se remonta a un lejano pasado de nómades tribus bárbaras que, descendiendo desde el norte de Mesoamérica, se fueron mezclando con grupos sedentarios y más desarrollados. Así, por el siglo XI de nuestra era, se supone que irrumpieron en la ciudad de Tula, capital de los toltecas. Doscientos años después, ya definidos como grupo, penetran al valle de México por el 1215. Son una banda díscola, depredadora y cruel, conducida por guerreros sacerdotes del culto a Huitzilopochtli, su dios de la guerra y deidad solar.
Templo Mayor - Centro de culto de Tenochtitlan.
Poco a poco, influenciados por la cultura tolteca, adquieren costumbres urbanas, aún sin lugar de residencia, pues se les impide tenerlo al ser despreciados y perseguidos por agresivos y falsos.
Finalmente, se asientan en los islotes de la laguna Texcoco ubicada en la meseta central de México. Allí, en la isla mayor de aquel lago gigante, fundan Tenochtitlan por los años de 1325.
Construyen chinampas, o sea parcelas de tierra puestas sobre balsas de juncos, ancladas en derredor de la isla, y allí producen su primera agricultura.
En el transcuso de unos cincuenta años, con gran astucia política y aplacando astutamente su agresividad, logran la protección de dos ciudades importantes: Azcapotzalco y Culhuacan donde residían toltecas venidos de la ya destruida Tula. Debido al gran prestigio de los toltecas como pueblo civilizado y constructor, los aztecas le solicitan al rey de Culhuacan les designe un jefe. De esta manera, Tenochtitlan tiene su primer tlatoani --gobernador-- hacia 1376. De aquí en más será para ellos una ruta político-militar siempre en ascenso.
En 1428, Montecozoma, quinto tlatoani, establece una triple alianza con las ciudades de Texcoco y Tlacopan pero con el liderazgo de Tenochtitlan. Esta alianza da alas al desmesurado y hasta ahora contenido afán de conquista de los aztecas. Así, coherentes con sus ambiciones e inteligentes cualidades militares dirigen en todas direcciones sus avances, someten vastas regiones y, en menos de un siglo, dominarán la mayor parte de Mesoamérica
Retrato macehualli
Ellos se consideraban el pueblo elegido por Huitzilopochtli y por lo tanto los "guerreros del sol". He aquí la razón de sus obsesivas guerras floridas y su agresivo proceder, donde el objetivo es la conquista y la toma de prisioneros. Las batallas son ejecutadas como un culto que necesita contínuos cautivos para sacrificar a sus dioses principales: Tláloc, dios de la Lluvia y Huitzilopochtli, el Águila Guerrera, el Sol.
De esta manera, por medio de los corazones y la sangre ofrecida, los dioses podrán renovar sus fuerzas divinas alejando el horror de su posible muerte y, por ende, la de la humanidad.
La Escultura
Desde la época olmeca, mil quinientos años antes, no se había tallado en Mesoamérica un pensamiento escultórico de semejante magnitud plástica. La escultura azteca es ejemplo de compleja conceptualidad mítica, numerosas morfologías y hondo dramatismo.
Alrededor de 1450 d.C. los mexicas comenzaron a producir una formidable eclosión, cuantitativa y cualitativa, de la estatuaria.
Se la presenta dogmática, simbólica o naturalista y trágica, de Modo Estético Monumental o Intimista; de Estilos Abstracto: Figurativo o Figurativo: Naturalista, por momentos Barroco y casi siempre Expresionista.
Cuauhxicalli, recipiente felínico.
Descendientes de la tradición escultórica tolteca, poseedores de un obstinado fervor por tallar la sagrada piedra, –similares a olmecas, tiwanakotas o incas-- los mexicas impusieron su vocación plasmando una de las más vastas iconografías amerindias.
Su resultado plástico es de poderosa petricidad, como máxima cualidad de lo tallado, plasmando esculturas de variados tipos: dioses, personajes diversos, animales, cajas ceremoniales líticas, etc. Tales obras, yerguen su imponencia expresiva en la cumbre artística de todos los tiempos.
La escultura y la poesía escrita fueron su mayor huella espiritual. Estas, se potencializan ontológicamente por pertenecer a causalidades metafísicas de profundo misticismo y vocación, poniendo de manifiesto por medio de metafóricas ideografías preocupaciones cósmicas, mítico-religiosas, existenciales o históricas.
Serpiente de cascabel, símbolo de la Tierra.
En efecto, escultura y poesía ambulan de contínuo por honduras
psicológicas donde, una dialéctica dogmática, gira vertiginosa alrededor del fundamento
existencial que encierra el ritual sacrificial: "la muerte del hombre, su corazón
y su sangre, son el alimento vital de los dioses."
Estas manifestaciones, son muchas
veces ejemplos de una neurótica personalidad exuberante de alucinaciones; de la paranoia
por los sacrificios humanos, de la angustia por lo efímero de la vida y la dolorosa culpa
por no asumir su impotencia de lograr perennizarla: todos efectos del conflicto entre su
desmedida soberbia y una concepción trágica de la vida. Tales los conceptos que contiene
su poesía escrita.
Expresaron, como pocos en la historia del arte, una plástica lítica de concepción y diseño conceptual y comunicante, exasperante e ideal. La obra explicita lo perenne con su estabilidad cósmica, cual continuado discurso eternal transgresor del tiempo y su duración, siendo fácticamente así desde una aptitud monumental y otra contrariamente intimista. Esta dualidad, con apariencia contradictoria desde lo estético-filosófico, propia de su idiosincrasia, va revelando a través de sus obras una doble personalidad: la de una persistente prepotencia y despotismo pero también altamente poética y sensible.
Coatlicue
Pocas veces, en los siglos del crear humano, el hombre fusionó en un diseño morfoespacial tridimensional un arquetipo como Coatlicue. Lo metafísico y lo trágico, expresado en dimensiones ciclópeas "en monumentalidad existencial". Lo poético hermanado con un trascendental y ominoso esoterismo: la esperanzada vida y la definitiva muerte. Porque esto es Coatlicue, una estupenda, una imponente paradoja: la diosa de la Tierra, de la Vida y de la Muerte.
Coatlicue, diosa de la Vida, de la Muerte y de la Tierra.
He aquí, "la Monumentalidad Trágica" cual impar concepción azteca. Se levanta este monolito con una presencia estructurada sobre profundos valores religiosos: ante el desafío de la Vida, lo que Es, y de la Muerte, lo que dejará de Ser en la Tierra y Será en los trece cielos de su teología.
En Coatlicue se sintetizan, con profuso formalismo simbólico, elementos figurativos corporizando un ser abstracto, una epopeya mística de siniestro esoterismo formal cual bestial paradigma del espanto.
Es, la sustancia de un ente metafísico hecha plástica.
Esta escultura voltea la razón y aliena los sentidos pues nunca finaliza su aprehender.
Se impone la presencia del Misterio: ese Misterio fundamental, simil de la expansión del universo. Cuatlicue, con su armónica estructura
áurea de monstruo sagrado atemporal, nos golpea implacable aquel misterio cósmico,
observando imperturbable desde sus míticas entrañas, nuestro desasosegado estupor.
Aquel complejo y supersticioso grupo humano que fueron los mexicas, aunó en una simbiosis
permanente la religión, la política y la plástica como un todo imprescindible para la
conservación de su mundo.
Con primacía, su escultura constituyó un pétreo discurso mitológico contenedor metafórico de su poder imperial visualizado.
Por eso su trabajo con la piedra, genial metamorfosis de ideales místicos, políticos y estéticos, convive con iracunda violencia, entre su caos existencial pesimista y su utopía eternal.
Fueron obras enclavadas en México, como dioses capitanes perpetuamente soberbios.
Así, con estos desaforados términos, con este lenguaje proyectado hacia la desmesura, con esta plástica de explosiva mitología, vemos sucederse sus esculturas sin par. Con ellas, colocaron en el mundo al igual que los incas-- su contundente poiesis transmutada: el misterio del cosmos tallado en piedra para eterna presencia de lo sublime.
César Sondereguer
Titular de Cátedra Diseño y Arte Precolombino
FADU - Univeridad de Buenos Aires - Argentina
Fotografías del autor
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