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GRANDES PINTORES

Francisco de Goya (1746-1826)

María Teresa de Borbon y Vallabriga (1783)

 

Hijo de José Goya, dorador de profesión, y de doña Gracia Lucientes, descendiente de una familia noble empobrecida, Francisco nació el 30 de marzo de 1746 en Fuendetodos, pequeño pueblo aragonés distante pocos kilómetros de Zaragoza.

 

En esta ciudad fue desde pequeño alumno del colegio de las Escuelas Pías, e inicia también en esa ciudad sus estudios de pintura, concurriendo al taller de José Luzán, modesto artista de quien el joven aprendió únicamente las primeras normas del dibujo y la copia de los grabados antiguos.

 

El ambiente local es típicamente provincial, culturalmente cerrado y retrasado, y por eso mismo los ecos de la brillante vida de la capital, donde los artistas de la Academia gozaban de privilegios y honores, le resultaban muy atractivos. En 1763 el pintor Francisco Bayeu, su amigo, fue llamado por Anton Raphael Mengs a Madrid.

 

El hecho estimula las ambiciones del joven Goya que se presenta ese mismo año en el concurso anual de la Academia capitalina armado de su orgullo y de su obstinada voluntad de conquista; en ese concurso fracasó, y tres años después obtuvo el mismo resultado. Más decidido que nunca a abrirse camino, hizo por propia iniciativa un viaje a Italia - del que la escasa documentación con que contamos nos refiere que en 1770 estuvo en Roma, y que en abril de 1771 obtuvo el segundo premio en un concurso de pintura en Parma. Regresó en junio de ese mismo año, y recibió numerosos encargos en Zaragoza y en los pueblos vecinos debido al prestigio conquistado con la experiencia itálica.

 

Familia de Carlos IV (1800-01)

 

Siguió vinculado a Francisco Bayeu, con cuya hermana, Josefa, se casó en 1773. Dos años después comenzó su verdadera gran aventura: Bayeu le proporcionó el primer encargo importante - lo más importante fue que provenía de Madrid- que consistía en una serie de cartones para tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara, trabajo que lo ocupa hasta 1791, con varias interrupciones.

Ya cumplió el primer paso, tiene una buena situación económica y, además, en 1780 la Academia lo admite entre sus miembros.

 

La alta sociedad madrileña comenzó a interesarse por él, el ministro Jovellanos lo protegió, los nobles le pidieron retratos que obtuvieron la aprobación general y al fin de su carrera ascendente, en 1789, Carlos IV lo nombró pintor de Cámara del Rey.

 

Pero la época feliz fue bruscamente interrumpida: en otoño de 1792, en viaje a Cádiz, fue víctima de una enfermedad violenta de la que salió, muchos meses después, físicamente debilitado y completamente sordo. En esa grave crisis se sintió confortado al menos aparentemente por el lisonjero reconocimiento que Madrid tributó a su arte; pero Goya ya era otro hombre, con una nueva dimensión espiritual cuyas consecuencias se advirtieron pronto en su actividad artística. Las obras de este período, entre las que se halla la serie de aguafuertes Los Caprichos, son el más elocuente testimonio de ello. Entre 1796 y 1797 el artista fue huésped de la duquesa de Alba en su quinta de Sanlúcar.

 

El triunfo de Baco (1628)

 

A esta época se remonta la íntima amistad del pintor con la joven María Cayetana de Alba, a quien Goya dedicó algunos de sus retratos más bellos. La fantasía de la posteridad magnificó este misterioso amor al punto de hacer de él el drama fundamental de la vida de Goya, pero es imposible establecer la verdad de este hecho. Si hubo un gran amor, éste fue rodeado de una extraordinaria discreción y ciertamente no fue muy prolongado. La duquesa murió en 1802, y en esa época el espíritu de Goya se debatía en otros problemas: desde 1801 su amigo Jovellanos estaba encarcelado por sus ideas liberales, el absolutismo real pesaba sobre el pueblo español.

Goya, que desde 1799 era el primer pintor de Cámara, siguió trabajando para la Corte, pero sufrió a la par de su patria.

En 1800 el gran Retrato de la Familia Real marcó la cumbre de su carrera de retratista, pero documentó también en él inequívocamente el desapego que el artista siente por el ambiente cortesano. En 1808 se declaró la crisis, Carlos IV cayó; la invasión francesa y el gobierno de José Bonaparte suceden al breve reinado de Fernando Vll; revueltas y represión, sangre y sombras de muerte invaden las calles españolas. Los trágicos episodios de esos años inspiran a Goya los grabados Los desastres de la guerra y los celebérrimos cuadros El 2 de mayo y El 3 de mayo realizados en 1814, cuando el regreso de Fernando VII dio fin a la rebelión.

 

En 1815 el artista debió responder por algunos cuadros suyos ante el Tribunal de la Inquisición. Fue absuelto, pero el hecho lo turbó profundamente y su presencia en sociedad y en la Corte disminuyó cada vez más. En 1819, viudo desde hacía siete años, se fue a vivir a una casa de campo, más allá del Manzanares, denominada por el pueblo La Quinta del Sordo, y allí dejó, sobre las desnudas paredes de las habitaciones, la admirable serie de las "pinturas negras", que junto a los aguafuertes Disparates documentan el período más trágico y obsesivo del arte goyesco. Probablemente ya estaba con él Leocadia Weiss, una joven viuda que lo siguió a Burdeos con sus dos hijos para compartir los últimos años de la vida del viejo pintor. Entretanto España sigue careciendo de paz: Fernando instaura un régimen terrorista, persiguiendo a todos los sospechosos de antiguas simpatías hacia los franceses. Goya teme por su seguridad, y en mayo de 1824 le solicitó al Rey permiso para trasladarse a Plombières para la cura de aguas, pero en realidad su meta era Burdeos, donde se radicó en setiembre luego de haber pasado dos meses en París. En la libertad del suelo francés su espíritu pareció remozarse, ávido y curioso de todo, nunca saciado de experiencias nuevas. Un nuevo deseo de vivir lo impulsó a caminar por las calles, a uniese con la gente y a presenciar las corridas. Se dedicó a la litografía - a esta época pertenece la célebre serie de Los Toros de Burdeos, conocida también como Tauromaquia- y hallaba un motivo de diversión en realizar con Rosario, la pequeña hija de Leocadia, miniaturas en marfil.En 1826, durante un breve viaje a Madrid, tuvo la alegría de volver a ver a Javier, el único de sus cinco hijos que aún vivía. Dos años después, en Burdeos, se conmovió profundamente ante la visita de su nuera y de su querido nieto Mariano. Ya débil y enfermo desde hacía algún tiempo, la emoción lo quebrantó y a los pocos días, en la madrugada del 16 de abril, su cansado corazón se detuvo para siempre.

 

 

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